Suicidio: normalicemos hablarlo

Himalaya
Equipo EditorialSeptember 11, 2020
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Lo pienso más seguido de lo que me gustaría reconocer. No lo he intentado, tampoco tengo un plan. Últimamente lo hablo más, y escuchar a otras personas me confirma que los pensamientos sobre el suicidio –no necesariamente suicidas– tienen que ver con dolor, pero también con libertad.

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Por alguien que iba a contar su historia, pero decidió contar la de otras más.

Texto publicado originalmente en la edición impresa #83 de Revista Central https://twitter.com/Central_mx 

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1. JM tenía 10 años cuando subió a la azotea del edificio en el que vivía con su papá y su madrastra, quien lo maltrataba físicamente. Se sentó en la orilla del techo, sujetándose a un tubo. “Recuerdo pensar que, si me soltaba y me inclinaba hacia el frente, terminaría con el dolor”. Algo lo detuvo. Miró hacia abajo, se hizo consciente de los cuatro niveles que lo separaban del piso y bajó tranquilo del techo. No habló de esto con nadie en mucho tiempo. Hoy, a sus cuarenta y tantos, no piensa casi nunca en el tema.


2. CT nunca pensó en el suicidio como una opción. Se producía heridas en piernas y brazos desde los 13 años, mas no porque deseara morir, sino para llamar la atención de su papá. Cumplió 17 y, por fin, CT dejó la tristeza atrás: le recetaron Rivotril. Dejó de sentirse mal –y de sentir, en general–. Se convirtió en un zombi que enterró las heridas de su piel junto con otras más profundas, como la que le había dejado el abuso sexual que sufrió de niña, o la que le causaba en ese momento la relación tóxica que mantenía con su pareja. Tomó disciplinadamente las pastillas durante 3 años hasta que, a los 20, decidió tomarlas todas de una sola vez: “No quería morir, sólo me sentía cansada; me cayó el veinte de que no tenía control de nada en la vida, pero que podría controlar mi propia muerte y esa idea me daba alivio”.


Fue su papá quien la encontró inconsciente en su cuarto; CT llegó a Urgencias con presión de 50/30. Tres días después, despertó. Sus hermanos estaban llorando frente a ella. “No es que lo haya dejado de pensar. El dolor no se va, pero recordar a mi hermana diciéndome que había perdido tres días de la vida con ella, es lo que siempre me hace regresar”.


3. “Si nadie me acompaña a ver Dark Night Rises hoy… Me compraré mi six para sacar la tristeza que traigo”. Ese fue el último tuit que escribió FS. “Nunca lo habló con nadie, al menos no con la importancia suficiente como para que nos preocupáramos. Lo leí y era evidente que estaba triste, pero no quise escribirle. Horas después se colgó en el baño de su casa; tenía 20 años, era el cumpleaños de su mamá”, cuenta RE, su primo, quien siete años después sigue sin encontrar respuesta o razón.

  

Lo que sí sabe es que FS quería morir: “Algunos familiares creen que se le pasó la mano y que no quería matarse; yo creo que sí quería: el baño era muy pequeño, y si estiraba las manos podría haberse agarrado de algo para salvarse; antes de ahorcarse, se amarró un brazo al pecho con una cinta que sacó de entre las cosas de su hermano. Sabía que, por instinto, iba a luchar; lo planeó bien, la cerveza sólo le dio el valor”. FS dejó dos cartas: una para su novia, en la que le decía que la amaba; otra para su mamá, en la que pedía perdón por el dolor que le causaba su muerte”.


Pedí a mis contactos en redes sociales que me platicaran lo que pensaban sobre el suicidio. Esas son tres de las ocho historias que recibí en menos de 24 horas. Sólo tengo una conclusión: sabemos que las enfermedades mentales son un tema mal atendido; sabemos que, en México, el índice de suicidios va en aumento; sabemos que la muerte es irreversible . El problema es que no sólo sabemos, también sentimos: nos cansamos, nos desesperamos, y nadie nos enseña qué hacer en ésta, una cultura basada en la ocultación del sufrimiento.

  

No me malentiendan. No estoy a favor del suicidio, sino de normalizar hablar del conflicto que hay entre lo que sabemos y lo que sentimos; está bien sentirse mal, y está mejor saber que es un tema que puede y debe abrirse para encontrar ayuda y luchar contra las situaciones que nos hacen sufrir y, en el peor de los casos, hacernos sentir que la única opción viable es rendirnos. 

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